miércoles, 31 de octubre de 2012

trascabo, ideas for life...

perforé fotografías y debajo de tu rostro descubrí un río contaminado


flotaron artesanales discos de petróleo, la bruma era un gigante de fauces sangrientas


otra vez, construí una fábrica y un acueducto que dio a luz a las máquinas

engranaje de carne, floreciente luz de la escalera, cada día la bruma, la pirámide inversa, el hexágono de luces y las cantinas subterráneas


más abajo de la bruma, uno debe andar de nuevo con trascabo, en espectáculo telúrico, terremoto de la rabia. Acostumbro no encender las luces cuando subo al ruido, pero esta vez, es necesario trepanar las tierras para colocarles focos de colores absurdos

yo estoy aqui, lejos

ensordecer es contundente
nacer
morir

son verbos mayores

 esa mañana imaginé y mis pensamientos se traspapelaron con deseos; se me cumplieron, fue la peor mañana de mi vida, no lloré, no reí, todo crujía y yo gritaba mientras se me partían los huesos, mientras el estallido me perforaba el cuerpo, lo dividía en gajos, mutismo, caparazón de cristal, los vidrios encajados en la boca. La primera cara que vi después de volcarme me quitó los vidrios y a mí no me importaba nada, todos callaron, la complicidad y yo enterrándome, ese coche tan grande, nosotros tan frágiles, todos muertos.



ela bigail rodríguezzz

sábado, 6 de octubre de 2012

6 DE N 28 ALUCINACIONES

ABIGAIL RODRÍGUEZ CONTRERAS



    Corran todos, corran, una colisión directa: un choque. el Motor .d esta persecusion es la veganza, las líneas horizontales imaginarias como rieles predeterminados al objetivo, a ti. Corran, corran, todos corren porque así debe ser, los dardos apuntan al blanco. La venganza apunta al culpable. Siempre. Corren, corren. Sus narices están a punto de chocar con tu columna vertebral. No tengas miedo, tus rodillas azotarán en el piso, otro choque. De nuevo revientan otros vasos sanguineos los tuyos, una venganza no planeada, quizá sí. El azar como medida perfecta de la justicia. Corre corre, la naturaleza de lo incontrolable reside en su autonomía. Debe ser quizá un inevitable eco de formas, un castillo de justicia que has construido, otro vocablo medido en pasos, una inalcanzable meta que duplicará su fortuna en tenerte tirado respirando fango. Mira tu cuerpo tirado y llora. Desata en tu pasividad su furia. Tu plena invalidez, su evidente reclamo. Corren, ellos ejecutan la venganza, el inmenso rencor acumulado, la colectividad de llantos cíclicos haciéndose presentes en tu ruptura total. ¿Cuántas vertebras se romperán en tu cuerpo esta noche?
    
Juvenal despierta abatido, con el sudor derritiéndole la cara, siente las manos diminutas, los pies inexistentes. Sostenido en una cama de agujas, los vértices esperan que despierte y se horade lentamente la piel para llenar otro bote con veinte litros de su sangre.
Juvenal despierta, busca a claudia junto y no esta. Permanece con los ojos abiertos mirando sus sábanas como dunas interminables, se detiene en una mancha menstrual mal lavada de su hermana. Toca la mancha y la recorre en su frontera de color. Y se vuelve diminuto, avienta su cuerpo y su mirada a la mancha, cierra los párpados, duerme de nuevo. se suena restregando lasangre en el lavabo de piedra de la abuela.

5 DE N 28 SILENCIO

SILENCIO
ABIGAIL RODRÍGUEZ CONTRERAS

Juvenal está plenamente convencido de las habilidades de abuela para escuchar por detrás de las cortinas, incluso detrás de los muros. Según él, abuela tiene una especie de oído receptor de acciones que a nadie le conviene retar. Esta noche como las otras, tiene bien firme en la mente la voluntad de no dar la vuelta para que los resortes de la cama no rechinen, sin embargo debe esperar el momento preciso en que Claudia entre a la cama para dar vuelta y poder abrazarla, haciendo que los resortes sólo suenen una vez, y la abuela no se entere de sus abrazos nocturnos.
Juvenal siempre durmió con Claudia, creía que su aroma le salía de la carne como un imán poderoso que lo jalaba siempre a ella, era una unión muy fuerte, muy poderosa. Fue siempre así y nunca pasó por su mente la idea de un cambio. Juvenal sabe cuántas vueltas da a la cama y cuántas veces lo destapa, le gusta cuando inconscientemente le acaricia las cejas y después se voltea con la boca abierta hacia el cielo, como esperando que su vaho llegue pronto al tragaluz y la ilumine en mitad de la noche. Claudia es un perfecto complemento de sus sueños, de la misma vida de Juvenal en la tierra y él debe cuidarla de abuela y de todos. Claudia es mayor que Juvenal por once meses y han dormido juntos siempre, ha estado con ella cada momento, hasta hace unos meses.
Claudia entró a trabajar a la casa de una mujer lavando ropa y haciendo comida, trabaja ahí todo el día y llega por la noche con los pies descalzos para no perturbar la paz ni la limpieza de abuela-Juvenal la espera con los ojos abiertos mirando al tragaluz sobre su cama, mira siempre metódicamente la casa, la estufa, el lava platos, el sillón rojo cubierto de un zarape blanco, y toda la luz de la luna parece colarse a su casa iluminando únicamente el zarape. Luego mira a la abuela sin levantar la cabeza, sólo lo que el rabo del ojo le permite ver, sus piernas obesas casi saliendo de la cama y junto, las sabanas amarillas de sus hermanas chicas roncando en contratiempo.
 En casa no hay un solo reloj, abuela detesta sus sonidos. Los minutos se escapan de sus vidas y la eternidad  forma un domo sobre ellos, al salir del domo un fuerte choque los sacude, y se reincorporan como máquinas al mundo, se vuelven títeres y hasta les salen hilos. Pero no todo dentro del domo es caos, en casa todos saben los tiempos en los que deben hacer las cosas, y Juvenal sabe perfectamente el momento en el que Claudia entra por la puerta y se quita los zapatos calados, mira en línea recta a la abuela que parece dormida y se va a su cama. Se sienta y se cubre con las sábanas al tiempo que su hermano da vuelta y le rodea la cintura con sus manos grandes y blancas, ella sonríe y le acaricia las cejas, vuelve la cabeza al tragaluz y abre la boca, cree llenarse de luna la sangre y da otra vuelta después de destaparlo tres veces.
Juvenal esta noche no duerme, generalmente cierra los ojos después de la rutina del abrazo, las caricias en las cejas y la luz que los carga de energía, pero esta vez no puede,  mañana será el primer día en que cambie de ruta por las mañanas. Tomará su bicicleta en dirección a la carretera y con una carta que abuela le ha dado irá al rastro a volverse él mismo, su propio padre. Y Juvenal descubrirá qué era lo que hacía, cuánto dinero se gastaba en las cantinas y desde qué hora estaba ahí. Juvenal sabrá porque padre llegaba con un olor fuerte a casa y tiene miedo que abuela tampoco lo deje entrar, y podrá hacerlo sólo después de bañarse en el patio tres veces hasta que el olor se le vaya de la carne. Juvenal entenderá de dónde viene tanta sangre y deseará regresar a sus tiempos de niño. A veces quiere  volver a serlo y recostarse sobre el petate,  elástico hacerse concha y ponerse la frente sobre las plantas de los pies. Luego mirar los pies blancos e hinchados de abuela paseándose mientras barre la casa y descubrirse débil ante ella. Juvenal niño volverá  la mirada a la otra esquina de la casa, sólo con el rabo del ojo, evitará mirar los nudos de la cuerda que atan a sus hermanas al árbol, busca sólo sus caras, pero el llanto de ambas se vuelve su tortura.
Juvenal no sueña, imagina su pasado y mira de nuevo  frente a sus ojos  el árbol que vomitaba cuerdas, que torturaba hermanas, y no acepta que él mismo las amarraba. Hoy no puede recordar si fue ayer que se comió las uñas de los pies, y lloró en secreto bajo la cama limpiando las lágrimas del cemento con el puño cerrado. Pero si recuerda el silencio, todo el silencio que se gesta en la casa es el suficiente, el exacto porque la casa sólo necesita el sonido de los pasos de abuela.
Pero Juvenal se sentía solo en la cama, a pesar de tener a Claudia junto, estaba solo y triste imaginándose atado al árbol hacedor de llanto. Para él, ser niño y regresar a lo básico; es volver al llanto y callarse, y ahora piensa a veces que lo único que lo separa del cielo es ese techo, y le gusta mirar al tragaluz, porque sabe que arriba de él no hay más muros, y si pudiera volar, seguramente lo haría.

4 DE N 28 ritual

SEMANA CUATRO
Cada gota de sangre es un eslabón irremplazable que concadena todas las muertes, con las próximas cien que iniciarán dentro de tres horas. Como hace tres semanas, el reloj inexistente de la casa, resuena en su cabeza y remarca las horas restantes a la suma continua de la conversión de vivos en cadáveres.
Todas las mañanas, Juvenal toma la bicicleta y con sus piernas hace girar las ruedas que lo llevan hacia su condena. Su vida se vuelve una lucha hinchada de deseos, de conversaciones unilaterales. Cada día es un suplicio que disfraza de rito, una súplica porque la jornada termine, una súplica por colgarse a sí mismo en uno de los ganchos, y matarse, pero no es así.
Cada tejido que se rompe, desgarra en su interminable eco una resistencia que se graba en su memoria. Los ojos abiertos de ellos; siempre abiertos, como esperando contemplar su propia muerte, vigilan centímetro a centímetro la condición de su asesino, la cara helada y los ojos esponjosos, la mano que tiembla en espera de un corte preciso que no prolongue más el sufrimiento.
Hace una semana descubrió que muy cerca de la cabeza de los cerdos, hay un punto que Juvenal llama el sufrimiento. Siempre intenta antes de matarlos, localizar el punto y ser preciso para así, provocar menos dolor en ellos. Es como presionar un botón, hallar la clave y cuando lo logra  ellos sufren mucho menos, su muerte es rápida.  
Juvenal siente un agradecimiento post mortem en cada uno de ellos. Juvenal acude a un ritual repetitivo que Juvenal cree necesario: Bautiza a los cerdos antes de morir, localiza el sufrimiento, y presiona el botón imaginario con su cuchillo brillante, un llanto, y bautiza al siguiente.
Intenta siempre que su trabajo sea constante y directo, sin titubeos hacia la siguiente tarea, pero se odia. Después piensa que es una tarea que ya debería ser sistemática, que ya debería encontrar por sí misma un motor que sepa diferenciar entre el trabajo y el sadismo. Pero no lo logra.
Cada gota de sangre impregna en su overol una mancha que se agiganta cuando se junta con otra. Pronto Juvenal está teñido de la sangre de todos sus Felipes. Cuando termina, limpia obsesivamente las botas, lava su overol, limpia el lugar de trabajo y se queda más tiempo ahí; lava los cuhillos, se va. Pero las manchas comienzan a tatuársele, pareciera que cada día es más difícil quitárselas de encima. Y siente miedo, un pavor de sentir siempre detrás la mirada de abuela, siempre la presión de los pasos de abuela obligándolo a limpiarlo todo, observando cada mínima mancha como un gigantesco altar a la suciedad. Juvenal sólo quiere seguir durmiendo en la cama que siempre ha dormido, contemplar el tragaluz que le da energías a Claudia. Sin embargo él ahora ya no se siente limpio, toda la pureza que hay en su hermana ha encontrado de repente su contracara, la maldad y la desgracia sumergida en cada músculo de Juvenal; Juvenal el asesino. Él sabe que hasta no estár limpio, irá perdiendo más y más ese lugar que le corresponde. Y le duele.
El filo de sus cuchillos representa toda la violencia de la que se ha querido alejar día tras día. Pero ni los rituales le  ayudan para borrar las imágenes vividas de ellos orinándose de miedo mientras lloran agazapados en las galeras, intentando no imaginar su marcha fúnebre por los pasillos siendo golpeados por Genaro. Intenta sólo no pensar en el dolor inmenso de las sogas reventándoles la carne, de  no sentir su llanto profundo calándole los oídos, rompiéndole la voz desde adentro.
Cada uno le importa, en cada uno descubre un rasgo distintivo, ha intentado dejar de mirarlos como un ser a quien querer, como algo más pequeño que debe omitir. Pero siempre falla.
Juvenal repite cada noche, cada momento en su cabeza como las planas que hacía cuando un niño: El grande se traga al chico, el grande se traga al chico, el grande se traga al chico… pero no funciona, Juvenal no se auto concibe como el grande, Juvenal no se considera superior a todos los cerdos que mata, mucho menos su igual ahora que se ha convertido en lo que es. Un asesino ante sus propios ojos. 
 



Abigail ROdríguez Contreras

3 DE N 28 ...Muerto el perro, comenzó la rabia.

Por las distintas bocas de la tierra salía su vaho; olía como si la misma tierra se hubiese juntado con sus muertos, era aroma fuerte que se intensificaba con la primera lluvia de la noche. Juvenal aspiraba por sus fosas grandes y no se preocupaba por cubrirse la nariz para protegerse del desagradable olor de la noche. Caminaba sobre sus propios pasos, rejuveneciendo sus huellas en la tierra, intentando encajar perfectamente de nuevo en sus pisadas. Debía buscar a su padre y llevarlo a casa para poder bañarlo y después meterlo a la casa para que abuela pudiese dormir tranquila. Pero por primera vez no lo encontraba, miraba donde siempre lo hacía y siempre lo encontraba, pero ahora sólo hallaba charcos donde veía el reflejo difuso de su propio rostro.
Cantina, carretera, la banca afuera de la casa de su padrino Heladio. Nada, sólo lluvia y peste. Estaba cansado, lo odiaba por tener que obligarlo siempre a ser quien lo buscaba siempre, por lavar de sus camisas la sangre y el mezcal y casi cargarlo muchas calles mientras habla palabras que no se entienden.
Juvenal prefería pensar en los cientos de rostros que Felipe era capaz de hacer cuando lo miraba directamente a los ojos, o cuando le soplaba en el hocico para que sacara la lengua. Le divertía su forma de moverse y sacudirse la tierra de la espalda. Juvenal no creía en la educación de las personas, pero creía fielmente en los buenos modales de su perro; Felipe. Juvenal se sinceraba consigo mismo y descubría siempre que lo único importante para él en este mundo eran Felipe y su hermana Claudia; en ese estricto orden. Él era su confidente primero, el contenedor de cada una de sus dudas y preocupaciones sobre el mundo y sobre sí mismo, sí alguien lo conocía en el mundo, ese era su perro.
 Juvenal sólo apreciaba a su padre por haberle regalado al perro. Una vez escuchó que mientras llegaba ebrio del trabajo discutía con abuela.
-    Ya es lo bastante raro como para que no pueda ni si quiera tener un pinche perro
-    Duérmete, antes saca esa mugre de aquí
-    Yo se lo traje, qué tiene, es lo único que puedo darle
-    Báñate
-    ¿Vas a seguir mandándome que haga lo que quieras tu, no me sirve madre,, nunca me ha servido, tú no funcionas para mi madre, ¡no sirves!
-    Báñate



APUNTES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE AL FILO DEL CIELO*
ABIGAIL RODRÍGUEZ CONTRERAS

2 de n 28 ó El vaho de su respetable madre, es fétido.

La segunda nave del rastro es un útero metálico provisto de sangre. Los cuchillos van y vienen, hacedores de sangre y llanto se pasean libremente. Son la vía por la cual el hombre se determina como poderoso ante los animales sometidos, colgados de ganchos llenos de filo y muerte. Unas botas negras habitadas de los pies blancos de un joven temeroso resuenan a contratiempo con otros treinta pares de botas, y al tiempo entran llantos y aullidos de los cerdos que cada tanto se repiten y vuelven a formas idénticas, formando inconscientes una fuga de música triste y pesada.
Le gustaría pensar que Felipe está cerca, acariciarlo y sentir en la piel de cada cerdo el pelo áspero y

*Escrito en 2009/ ---> conversión 2012


Abigail Rodríguez Contreras
(Apuntes para la reconstrucción de un rastro)