viernes, 5 de julio de 2013

La maldad vive en el mar y en la alberca para niños.

Se me ha hecho costumbre llorar en la alberca. Bajo el agua los sonidos se anulan. Es más fácil explicar los ojos rojos.

Cuando niña temía al agua.
La gran alberca era como un hocico que nos tragaba de niños, siempre lloré y mis padres me tomaban fotografías desde el vidrio de exhibición, siempre llorando, insegura. Mis papás fotografiando el momento de la succión del monstruo acuático. Ahora no hay cámara fotográfica, espectadores. Nunca me han faltado las razones para llorar. Es difícil asumir la soledad, hacerla tangible, redondear el dolor con los dedos, cortarse con los filos y sangrar hacerse de tantas costras, de escudos y volver a ssangrar.

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