domingo, 31 de julio de 2011

Hagiografía para Isidro



Abigail Rodríguez C.



Ciudad de San Bartolo, año del silencio.



Por cada arrullo que ofrece a sus hijas bajo las cobijas caladas, Isidro se punza las manos con un alfiler, y el dolor que se repite lo hace presente en este mundo. Por cada respirar, un dogma orgánico que sólo sigue aceptando por ellas, sólo por ellas. Esconder su horror significa sacrificar el tiempo en su mundo interno, para estar con Sofía y Renata.

Isidro se asume como un extranjero, sabe que sólo puede hallarse en ese umbral entre el mundo de los otros, donde debe alojar al suyo propio para estar ligeramente más cómodo. Todas las calles son una cuerda floja tensada sobre los mundos, debajo de la cuerda, un hocico mastica a todos sus amigos. Adaptar lo que mira con respecto a lo que está acostumbrado, es el truco más útil que posee, la ruta más factible hacia un éxito inestable y momentáneo, pero funcional.

Isidro sigue siendo una pertenencia extraviada de otro mundo y lo sabe, nunca ha logrado habituarse a éste y es más difícil hacerlo con todos ellos mirando, con el hocico abajo exigiendo sus huesos. Es entonces cuando cierra los ojos, y mientras las abraza, piensa que todo el horror debe rebotar en la coraza de su espalda, porque le basta sólo con protegerlas, estar con ellas, para que el horror no las toque. Con la palma de la mano cubre su boca, con los dedos estirados les cierra los párpados, pero los párpados no siempre se cierran. Isidro es protector, es bóveda celeste cuando el cielo es una fiera sin nombre y el suelo, es un sicario que juega a cazar a los mendigos.

Es fácil localizar el lugar que Isidro habita cuando sus ojos se cierran, porque al hacerlo él imagina las tierras que alguna vez habitó antes de caer en este mundo equivocado, uno que representa el sacrificio que simboliza estar con ellas, para ser su perro guardián, ese que lo quebrantará todo con tal de protegerlas.

Él sabe que cada una de sus hijas, entiende perfectamente la pasión de su padre por ellas. Lo abrazan fuerte, besándole los párpados le sonríen eternamente con las manos abiertas, con cada dedo reclamando la transferencia del calor dérmico hacia el plástico. El amor paterno se traduce como una infinita red de sonidos simultáneos, que viajan en ondas cálidas de su boca, las pequeñas sinfonías construidas en su mente; se reproducen en imágenes debajo de los párpados de sus hijas, nadan mar adentro de sus ojos, se pierden, estallan, se reconstruyen y regresan con trazos finos devueltos por las suaves caricias de sus manos.

Sus hijas le han escrito sus nombres por la cara, con las líneas que sus dedos trazan hasta en las caricias más débiles. Isidro es el plano cartesiano de su propio mundo, en dos dimensiones se tatúan las fronteras donde el dolor se ha convertido en una nación separada de la soledad, del delirio, de la casi muerte que se niega, Isidro es una constelación y un mapa inmenso del silencio.

El amor para él, nace de la protección y el amparo hacia sus hijas; niñas de plástico que ha encontrado en los basureros, en mitad de la calle, arrojadas por otras niñas, por las malcriadas que devoran coágulos de azúcar. Isidro no encuentra en el plástico figuras infantiles: Isidro mira humanos plastificados, que necesitan del amor de otros exiliados. Él mismo preferiría ser de plástico, para que en un futuro lejano, otro Isidro lo recoja y lo llene del amor que nunca se confiere a los olvidados. Pero siendo de plástico no sentiría jamás los alfileres penetrándole la carne, no sentiría el dolor que lo hace devolverse al mundo del horror, el mundo de los adaptados.

Yo podría pensar, que hay una sentencia primigenia de la que está consciente, o quizá podría pensar que Isidro lo hace todo porque desea volverse un santo, pero no, a él no le interesan esas cosas. Isidro no desea la inclusión de los exiliados en el mundo, porque sabe que todos tienen un lugar determinado. Isidro sólo intenta cubrir con una gran tapa su mundo, impedir la entrada de otros ojos, hacia el gigantesco recipiente que resguarda a todos los desadaptados.

1 comentario:

Autem dijo...

No sé, es bueno ser Isidros.