jueves, 19 de mayo de 2011

Pezserás




PEZ-SERÁS

Este cuento salió en el suplemento Catedral, de síntesis, 30 de Abril de 2011 :D



Abigail Rodríguez Contreras

La ilustración es de Octavio Juárez Océlotl, con quien estoy ilustrando este, que será un libro para niños :)





Bruno está aburrido, mira la televisión mientras toma un refresco sin gas que ha encontrado debajo de la cama, ya no sabe a refresco. Ha quitado todas las sábanas de la cama, ha abierto la ventana, pero nada basta; todo su cuerpo se convierte en un lago de sudor estancado en el cuarto. Bruno sabe que sì sale al patio le dará el aire y se ventile, pero el sol lo quemaría, preferiría mil veces sentarse en la estufa prendida que regalar su carne al sol. Bruno no quiere convertirse en un bistec, se quita la ropa, corre en calzones hasta que el calor lo agota, se vuelve a acostar para mirar la tele.

Bruno le escupe a la pantalla para mirar los colores que salen cuando lo hace, luego imagina un lago donde doce patos nadan entre hielos gigantes que los ayudan con el calor que parece escupir la tierra, Bruno vuelve a escupir, pero algo pasa. Siente como de pronto un hilo le perfora la piel, pero no duele. Bruno se levanta y con pasos largos, llega al final de la escalera, toma unas llaves y va hacia la cochera a sacar el auto. No hay nadie en casa, está decidido a salir y encontrarse con esa fuerza que lo jala, pero… ¡Ni siquiera sabe manejar!, Pero él no está preocupado, esa fuerza que lo domina, apareció tan de pronto, que Bruno parece no pensar en ella.

Arranca, acelera, ¡FUUM!, el auto avanza. La fuerza de su pecho invade todo el cuerpo haciendo posesión de sus sentidos, de sus piernas, brazos, manos, uñas, la mugre de sus uñas. Ese control continúa jalándolo como si tuviera una correa atada al cuello. Maneja como si lo hiciera a diario. Ha tomado una carretera recta, el sol le pega en la cara casi cegándolo. Bruno sólo pude pensar en el fin de la carretera, en no seguir sudando, en dejar de sentir el fuego en las mejillas.

La carretera termina, sigue por una vereda de tierra mal trazada, parece no haber nadie, y no puede imaginarse otro auto cruzando los mismos terrenos que él, Bruno es todo un explorador salvaje, los caminos están trazados para él. Bruno no está asustado, sólo siente una ansia enorme por llegar, no soporta más la espera.

Ha llegado a unas casas amarillas, con flores moradas que las cubren, enredaderas naranajs que crecen hasta el cielo y se desbordan a lo largo de las paredes de todas las casas, parecen mantos, velos que intentan cubrir todo lo que hay dentro. Apaga el motor, sale del auto, se dirige en línea recta a una casa de tapete anaranjado, no toca la puerta; se abre sola.

Al entrar a casa todo se despeja, deja de sudar, el aire es fresco, bruno se deja empujar por esas extrañas olas de aire que lo visten y lo hacen sentir menos pesado, llevándolo hasta las escaleras más próximas.

Sube los escalones sin esfuerzo, las olas parecen decirle al oído claramente lo que mirará: una niña con las piernas cruzadas, con la boca abierta al cielo, encontrará una habitación sin techo, las olas callan. Ha llegado a la planta alta, se extraña, todos los cuartos parecen estar vacíos, pero huele a perfume. Comienza a llover, quizá esté lloviendo perfume, ya nada puede sorprenderlo en este punto, escucha como las gotas se estampan casi arriba de su cabeza, en la madera de la casa. ¿qué pasa?. Bruno no está seguro de lo que debe hacer, piensa en las olas que le han pintado el cuadro de su futuro, pero no vienen, Bruno abre la única puerta que está cerrada.

Y ahí está, en la habitación sin techo, mira a su hermanita Itzel, mirando al cielo, llenándose la boca con agua perfumada. Se llena la boca, la garganta, la panza y cuando todo indica que se ha llenado, Bruno piensa que todo lo que no ha podido beber se desbordará por la comisura de sus labios o quizá hasta le salga por la nariz como una fuente, pero no es así. Itzel comienza a hincharse como un globo, su cuerpo se agiganta, es enorme, casi llena el cuarto.

Bruno desearía poder llenarse también de toda el agua del cielo que pueda caber en su cuerpo, cruza completamente la línea de la habitación. Ya siente como se moja y se impregna levemente de ese perfume frìo y ligero, intenta acercarse a ella sin tocarla, abre la boca y dirige la mirada al cielo, puede mirar las nubes enormes, bebe de su agua celeste, ¡Comienza a hincharse!

Alguien sube las escaleras, puede escuchar los zapatos de su padre, pesados y lentos acercarse, no tiene miedo, sólo se pregunta cuánta agua entrará en su cuerpo, que sin duda es muchísimo más grande y gordo que él y su hermana juntos. También se pregunta si su padre fue atraído hasta el mismo lugar por la misma fuerza extraña que lo condujo a él hasta su hermana.

Su padre llega y le sonríe primero a su hermana y después a él, los abraza y abre la boca mirando al cielo, también ha comenzado a hincharse. Casi al mismo tiempo entra su madre, los besa a todos. Bruno ha descubierto que el mismo olor de la lluvia, es el olor de su madre, se siente seguro, envuelto en esa capa de seguridad que seguramente lo protegió extrañamente durante todo el camino hacia la casa de la habitación sin techo, filtradora de magia.

Todos se siguen hinchando de agua, parece que jamás se llenarán, y ahora son demasiado pesados como para poder expandirse más, comienzan a chocar contra las paredes del cuarto, se reacomodan, ya no cabe nadie más. ¿Y ahora? Uno de los tacones de su madre, sale velozmente de su pie, sus dedos se han inflamado demasiado, el tacón se entierra en una pierna de su padre, él se queja y se mueve bruscamente. Es obvio que un movimiento así tendría como consecuencia una situación que cambiaría la contemplación del agua.

Todos chocan contra las paredes, sus manos insisten en separarse los unos de los otros, pero no es posible. Todo ocurre en un segundo: la familia explota, y en el proceso rapidísimo de la expulsión del liquido de sus cuerpos, se convierten en peces, nadan en el agua procesada por ellos mismos. Nadan con sus aletas traslúcidas confundiéndose con el agua misma, como las olas que les daban tranquilidad en la hora de su llegada a la pecera. Nadan juntos, como olas pequeñas en la pecera gigante de enrredaderas tupidas y rocas rosas. Se sienten frescos, en un agua clara que detiene su cause en la puerta por donde entraron. Saben también, por esas olas que ahora han entrado en forma de agua, que cuando deseen podrán salir por esa puerta y volverse humanos de nuevo, manejar por la carretera y salir del sendero de tierra que introduce a los hombres a las casas de agua para cuando tengan necesidad de separarse del calor y convertirse en una familia de peces de colores.



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