domingo, 3 de julio de 2011

Una pequeña crónica sobre Alejandro Meneses

(La fotografía la robé del facebook de profética)


A.M (Testigo oculto de los hechos)


Abigail Rodríguez Contreras


Hace casi seis años yo estaba en una mesa rectangular, temblando de miedo. A mi lado estaba Alejandro Meneses tomándose una cerveza que seguro, no era la primera. Miraba directo a una ventana que daba, y sigue dando a la cinco oriente. Junto de mí estaban dos chicos que no reconocí; porque seguro, muy pocos ese momento los reconocerían. Eran Judith Castañeda y Alejandro Badillo, dos de los cuentistas más sobresalientes en Puebla, como ahora todos sabemos.
Yo tenía catorce años entonces y desde los trece comencé a ir a algunos talleres en Casa del Escritor y Casa de Cultura. Incluso en los talleres de jóvenes me veían mal porque era demasiado pequeña. “¿Cuántos años dices que tienes?” Era la primera pregunta que me hacían, mientras los demás, a sus dieciocho y veinte años hablaban de sus libros favoritos, que por cierto, yo también había leído, pero como yo sólo tenía trece años, pensaban no tenían nada que hablar conmigo. Entonces prefería callarme y ver como todos hablaban del examen a la universidad y las carreras a las que ingresarían, o en las que ya estaban, invariablemente eran: letras o filosofía. Yo iba en primero de secundaria, mis amigas hablaban de grupos POP que a mí no me gustaban, y aún así éramos amigas, yo fui siempre rara y no hablaba mucho de mis cosas. Pero parecía. que en esto de literatura yo iba a seguir callándome la boca.
Conocí la dinámica de los talleres. A tu texto le sacas el número de copias correspondientes a los participantes en el taller y todos se quedan callados esperando tímidamente a que el tallerista, de su última palabra. Invariablemente la opinión será alentadora y en el mejor de los casos, te corregirá algunas comas, acentos y alguna opinión personal sobre tu texto, no más. Yo el primer día llevé un cuento a mi primer taller, pero no lo saqué porque era muy tímida, la primera semana todo fueron alabanzas, después todo se fue poniendo ligeramente más crítico, entonces yo saqué mi texto. Casi todas las opiniones fueron “Escribes muy bien para tener la edad que tienes” y a mí me calaba que todo fueran buenas opiniones, sólo por tener la edad que tenía, o eso creí.

Al último taller que fui, fue al de Alejandro Meneses, si eso se puede considerar, ‘ir a un taller. La verdad es que ir con él era uno de mis sueños que hoy revelo. A los trece y después de puras buenas opiniones en los cursos de iniciación a la narrativa, me sentí muy lista para tomar el taller de Cuento, ahora sí, con Meneses. Entonces, quien controlaba la lista de los talleres, me dijo: “No, tú eres demasiado pequeña como para ir a su taller… ¿Cuántos años dices que tienes?...No, definitivamente no, él sólo da clases a adultos, no te va a recibir, ¿por qué mejor no te inscribes a iniciación a la narrativa de nuevo?, ahí van los chicos, ahí estás bien”. Yo ya había tomado ese taller, pero como ahora lo daría otra tallerista, lo tomé resignada. Me entristecí en ese momento, pensé que Alejandro Meneses era un hombre muy estricto, que no tenía nada que platicar con los jóvenes, mucho menos con los demasiado jóvenes, jajá.
Me invitaron después a un taller con Mempo Giardinelli donde leí a otros chicos que habían seguramente todos, tomado taller o charlado con Meneses, Yussel Dardón, Miguel Ángel Andrade y Gabriela Puente, entre otros. De nuevo era la más pequeña, el bicho raro entre los bichos raros y ahí una periodista se acercó a preguntarme qué hacía yo ahí, que a mi edad ella jugaba con barbies. Pero al final las críticas fueron: Escribes muy bien, Abigail, escribes muy bien para tener la edad que tienes.
Yo no sabía por qué, en casa del escritor estaban dejando de dar clases los escritores principales y comenzaban a dar clases sus alumnos. Todo mundo comentaba eso, que era muy raro, que todo estaba en declive, que bla bla bla, a mi me interesaba escribir. Luego me enteré que todos los que se fueron comenzaron a dar clases en PlantAlta, un sitio frente a la catedral de Puebla donde Meneses, Meyer y Pimentel continuaban sus talleres respectivos. Gabriela Puente me abrió la puerta, muy amable como siempre. Yo todavía iba acompañada de mi mamá a todos lados. Recuerdo que ese día, sólo iba a preguntar a qué hora era el taller de cuento y cuánto costaba. Gabriela, echándose los bucles rubios para atrás me dijo: es ahorita, pásale me tomó por la espalda y me llevó a la mesa rectangular. Yo no llevaba ni pluma, no llevaba nada. Alejandro, esta es Abigail, quiere entrar a tu taller. Meneses me dijo: Hola, siéntate acá, jálate ese banco, ¿traes pluma? ¿traes papel? Le dije con toda la pena del mundo, al gran escritor que sólo hablaba con adultos: No, no traigo nada. Entonces me dijo, ah bueno ten, y sacó una pluma y un papel de no sé dónde y me lo dio. Bueno, acá leemos los textos y los opinamos, si tienes alguna opinión opinas porque ya eres parte del taller.
Se leyeron dos cuentos, recientemente encontré las copias, uno, es de Alejandro Badillo, yo hice un montón de grecas alrededor del texto, estaba muy emocionada y nerviosa, muy feliz, estaba en el taller que quería, con el escritor de los cuentos que me habían gustado tanto, con el tallerista más sincero, según me habían dicho algunos que habían tomado clase con él. Alejandro Meneses no era un ogro, no era un escritor trepado en un pedestal de oro. Criticó los textos sin tocar la ortografía, la puntuación y todas cosas que resultan del todo irrelevantes, criticó la historia, los personajes, la congruencia. Luego se puso a hablar de chismes culturales y a burlarse de todo mundo, mientras se tomaba su media y fumaba mirando a la ventana que daba a la cinco. Terminó el taller y todos se despidieron, él me dijo, ¿Te gustó el taller? Bienvenida, Abigail, nos vemos en una semana.
Preparé mi cuento y unos días después me enteré de la terrible noticia, Alejandro Meneses había muerto. Me puse muy triste, no podía creer que hubiera muerto, no podía creer que un escritor tan bueno fuese tan sencillo y hacia una semana, me hubiera recibido en su taller y hasta me había dado una hoja con una pluma sin preguntarme la edad, solamente mi nombre. Dejé de ir a talleres, pero seguí escribiendo.
A los dieciocho entré a Creación Literaria a la SOGEM, donde todos me preguntaron mi edad, fue lo mismo de siempre, qué bien escribes para tener la edad que tienes. Tomé clases con otros grandes, entre ellos Beatriz Meyer, su clase era tan sincera que muchos la siguen tachando de bruja, me recordó a Meneses de inmediato, ese tipo de sinceridad en un tallerista se ve muy poco.
Ahora sé, que la edad no importa mucho en la literatura, sino las ideas. Yo sé, que Alejandro Meneses lo sabía, por eso no me preguntó mi edad, porque sé, que lo más importante para él, era la escritura, las ganas que uno tenía de escribir y escribir y escribir y crear mundos e historias. También sé que a diferencia de lo que me dijo el coordinador en casa del escritor hace años, Alejandro Meneses hablaba con los jóvenes, los guiaba, los publicaba por primera vez en Catedral y por eso, hoy esos jóvenes siguen recordándolo, y lo mejor de todo, es que ahora escuchan a las nuevas generaciones. El legado que ha dejado Meneses trasciende a su narrativa, y trasciende porque tuvo el poder, de crear un espacio de diálogo entre los jóvenes y él, formó una escuela, cosa que en la literatura, desgraciadamente, se ve muy poco.





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