sábado, 9 de junio de 2012

amitlú zevamiltú ú ú ú

Todos los espejos son en realidad un paisaje del delirio.

Miro mis huesos nuevos y son como calendarios que me remiten al final y a los siete dìas despuès del ùltimo final. Despertaba, parecía que alguien me sacudía con violencia, por minutos no veia nada, esperaba, y más estable lograba avanzar, evitando despertar del todo.

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De nuevo, necesito llenarme de piedras para no elevarme, para que mi cuerpo no se cuele bajo el costal que lo sostiene. En el carrusel me quedè sola girando por inercia, y ahora sigue la rueda cercenàndome dentro, con astillas y dientes, quitándome con los ojos los años y las caricias, y el olor y todos los sabores. Se ha perdido de a poco la voz, ha llegado el olvido y estoy desesperada por recordar, pero todo se borra, con solventes se borra para siempre. Todo esto me supera (dice) lo repito. Nos entierra, por eso fue preciso volver el mundo a las cenizas.

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Hoy llegué a casa y no había ruido. Desperté horas después, gritaban en la calle. No pasó nada. Sólo necesito gritos que me despierten. Algunos gritos ya no despiertan a nadie. Perdì un sol, algunas partes de mis huesos, perdì a mis padres, perdì su voz.


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Recuerdo, es ocho, el dìa que perdì los huesos, su voz, el aliento. 

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Debo adecuarme, a la unidad, a la ausencia, serà siempre, el motor, la marca vitalicia, no se borrará, no terminará, la ausencia siempre enterrándo sus herraduras en la espalda. Y más tranquilo, el cuerpo detendrá los muros, la paciencia helada, el primigenio toque del suplicio de cerrar los ojos, no habrá nudos, imágenes, sonidos que dejen de cercenar la herida, la última catástrofe.
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Sin agua, pesamos màs o menos unos cinco kilos. Entonces los cargué, en mi regazo los cargué y de pronto eran de nuevo niños, como nunca los conocí y con quienes conviví al final. Todos los días los recuerdo, todos los días quiero que estén en mi regazo, volver a besarlos, pegarme a ellos y que la distancia más remota entre nosotros sea una pestaña. 
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Todas las cenizas, han tejido un muro. Un cerco de cristal que se levanta por encima de mì, y me atraviesa, no puedo ser parte del muro, no puedo unirme, es un mural de la catástrofe, de la pérdida eterna, habrá que admirarlo unos minutos para recordarlo siempre que se va en la calle, siempre que se vuelven a cerrar los ojos, siempre la bestia helada pisoteando al rededor del silencio, para no perturbarlo, para esculpirlo como una cárcel de dientes echos trizas.

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Desviven aquí, caminan lento, como zapatos de cuerda, con las piernas lejos pero el espìritu rondàndome. Están aquí, recordando elefantes, historias perdidas, la desesperación de las últimas horas por encontrarse, irse juntos para siempre.


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ELA bigail

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