sábado, 6 de octubre de 2012

4 DE N 28 ritual

SEMANA CUATRO
Cada gota de sangre es un eslabón irremplazable que concadena todas las muertes, con las próximas cien que iniciarán dentro de tres horas. Como hace tres semanas, el reloj inexistente de la casa, resuena en su cabeza y remarca las horas restantes a la suma continua de la conversión de vivos en cadáveres.
Todas las mañanas, Juvenal toma la bicicleta y con sus piernas hace girar las ruedas que lo llevan hacia su condena. Su vida se vuelve una lucha hinchada de deseos, de conversaciones unilaterales. Cada día es un suplicio que disfraza de rito, una súplica porque la jornada termine, una súplica por colgarse a sí mismo en uno de los ganchos, y matarse, pero no es así.
Cada tejido que se rompe, desgarra en su interminable eco una resistencia que se graba en su memoria. Los ojos abiertos de ellos; siempre abiertos, como esperando contemplar su propia muerte, vigilan centímetro a centímetro la condición de su asesino, la cara helada y los ojos esponjosos, la mano que tiembla en espera de un corte preciso que no prolongue más el sufrimiento.
Hace una semana descubrió que muy cerca de la cabeza de los cerdos, hay un punto que Juvenal llama el sufrimiento. Siempre intenta antes de matarlos, localizar el punto y ser preciso para así, provocar menos dolor en ellos. Es como presionar un botón, hallar la clave y cuando lo logra  ellos sufren mucho menos, su muerte es rápida.  
Juvenal siente un agradecimiento post mortem en cada uno de ellos. Juvenal acude a un ritual repetitivo que Juvenal cree necesario: Bautiza a los cerdos antes de morir, localiza el sufrimiento, y presiona el botón imaginario con su cuchillo brillante, un llanto, y bautiza al siguiente.
Intenta siempre que su trabajo sea constante y directo, sin titubeos hacia la siguiente tarea, pero se odia. Después piensa que es una tarea que ya debería ser sistemática, que ya debería encontrar por sí misma un motor que sepa diferenciar entre el trabajo y el sadismo. Pero no lo logra.
Cada gota de sangre impregna en su overol una mancha que se agiganta cuando se junta con otra. Pronto Juvenal está teñido de la sangre de todos sus Felipes. Cuando termina, limpia obsesivamente las botas, lava su overol, limpia el lugar de trabajo y se queda más tiempo ahí; lava los cuhillos, se va. Pero las manchas comienzan a tatuársele, pareciera que cada día es más difícil quitárselas de encima. Y siente miedo, un pavor de sentir siempre detrás la mirada de abuela, siempre la presión de los pasos de abuela obligándolo a limpiarlo todo, observando cada mínima mancha como un gigantesco altar a la suciedad. Juvenal sólo quiere seguir durmiendo en la cama que siempre ha dormido, contemplar el tragaluz que le da energías a Claudia. Sin embargo él ahora ya no se siente limpio, toda la pureza que hay en su hermana ha encontrado de repente su contracara, la maldad y la desgracia sumergida en cada músculo de Juvenal; Juvenal el asesino. Él sabe que hasta no estár limpio, irá perdiendo más y más ese lugar que le corresponde. Y le duele.
El filo de sus cuchillos representa toda la violencia de la que se ha querido alejar día tras día. Pero ni los rituales le  ayudan para borrar las imágenes vividas de ellos orinándose de miedo mientras lloran agazapados en las galeras, intentando no imaginar su marcha fúnebre por los pasillos siendo golpeados por Genaro. Intenta sólo no pensar en el dolor inmenso de las sogas reventándoles la carne, de  no sentir su llanto profundo calándole los oídos, rompiéndole la voz desde adentro.
Cada uno le importa, en cada uno descubre un rasgo distintivo, ha intentado dejar de mirarlos como un ser a quien querer, como algo más pequeño que debe omitir. Pero siempre falla.
Juvenal repite cada noche, cada momento en su cabeza como las planas que hacía cuando un niño: El grande se traga al chico, el grande se traga al chico, el grande se traga al chico… pero no funciona, Juvenal no se auto concibe como el grande, Juvenal no se considera superior a todos los cerdos que mata, mucho menos su igual ahora que se ha convertido en lo que es. Un asesino ante sus propios ojos. 
 



Abigail ROdríguez Contreras

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