sábado, 6 de octubre de 2012

5 DE N 28 SILENCIO

SILENCIO
ABIGAIL RODRÍGUEZ CONTRERAS

Juvenal está plenamente convencido de las habilidades de abuela para escuchar por detrás de las cortinas, incluso detrás de los muros. Según él, abuela tiene una especie de oído receptor de acciones que a nadie le conviene retar. Esta noche como las otras, tiene bien firme en la mente la voluntad de no dar la vuelta para que los resortes de la cama no rechinen, sin embargo debe esperar el momento preciso en que Claudia entre a la cama para dar vuelta y poder abrazarla, haciendo que los resortes sólo suenen una vez, y la abuela no se entere de sus abrazos nocturnos.
Juvenal siempre durmió con Claudia, creía que su aroma le salía de la carne como un imán poderoso que lo jalaba siempre a ella, era una unión muy fuerte, muy poderosa. Fue siempre así y nunca pasó por su mente la idea de un cambio. Juvenal sabe cuántas vueltas da a la cama y cuántas veces lo destapa, le gusta cuando inconscientemente le acaricia las cejas y después se voltea con la boca abierta hacia el cielo, como esperando que su vaho llegue pronto al tragaluz y la ilumine en mitad de la noche. Claudia es un perfecto complemento de sus sueños, de la misma vida de Juvenal en la tierra y él debe cuidarla de abuela y de todos. Claudia es mayor que Juvenal por once meses y han dormido juntos siempre, ha estado con ella cada momento, hasta hace unos meses.
Claudia entró a trabajar a la casa de una mujer lavando ropa y haciendo comida, trabaja ahí todo el día y llega por la noche con los pies descalzos para no perturbar la paz ni la limpieza de abuela-Juvenal la espera con los ojos abiertos mirando al tragaluz sobre su cama, mira siempre metódicamente la casa, la estufa, el lava platos, el sillón rojo cubierto de un zarape blanco, y toda la luz de la luna parece colarse a su casa iluminando únicamente el zarape. Luego mira a la abuela sin levantar la cabeza, sólo lo que el rabo del ojo le permite ver, sus piernas obesas casi saliendo de la cama y junto, las sabanas amarillas de sus hermanas chicas roncando en contratiempo.
 En casa no hay un solo reloj, abuela detesta sus sonidos. Los minutos se escapan de sus vidas y la eternidad  forma un domo sobre ellos, al salir del domo un fuerte choque los sacude, y se reincorporan como máquinas al mundo, se vuelven títeres y hasta les salen hilos. Pero no todo dentro del domo es caos, en casa todos saben los tiempos en los que deben hacer las cosas, y Juvenal sabe perfectamente el momento en el que Claudia entra por la puerta y se quita los zapatos calados, mira en línea recta a la abuela que parece dormida y se va a su cama. Se sienta y se cubre con las sábanas al tiempo que su hermano da vuelta y le rodea la cintura con sus manos grandes y blancas, ella sonríe y le acaricia las cejas, vuelve la cabeza al tragaluz y abre la boca, cree llenarse de luna la sangre y da otra vuelta después de destaparlo tres veces.
Juvenal esta noche no duerme, generalmente cierra los ojos después de la rutina del abrazo, las caricias en las cejas y la luz que los carga de energía, pero esta vez no puede,  mañana será el primer día en que cambie de ruta por las mañanas. Tomará su bicicleta en dirección a la carretera y con una carta que abuela le ha dado irá al rastro a volverse él mismo, su propio padre. Y Juvenal descubrirá qué era lo que hacía, cuánto dinero se gastaba en las cantinas y desde qué hora estaba ahí. Juvenal sabrá porque padre llegaba con un olor fuerte a casa y tiene miedo que abuela tampoco lo deje entrar, y podrá hacerlo sólo después de bañarse en el patio tres veces hasta que el olor se le vaya de la carne. Juvenal entenderá de dónde viene tanta sangre y deseará regresar a sus tiempos de niño. A veces quiere  volver a serlo y recostarse sobre el petate,  elástico hacerse concha y ponerse la frente sobre las plantas de los pies. Luego mirar los pies blancos e hinchados de abuela paseándose mientras barre la casa y descubrirse débil ante ella. Juvenal niño volverá  la mirada a la otra esquina de la casa, sólo con el rabo del ojo, evitará mirar los nudos de la cuerda que atan a sus hermanas al árbol, busca sólo sus caras, pero el llanto de ambas se vuelve su tortura.
Juvenal no sueña, imagina su pasado y mira de nuevo  frente a sus ojos  el árbol que vomitaba cuerdas, que torturaba hermanas, y no acepta que él mismo las amarraba. Hoy no puede recordar si fue ayer que se comió las uñas de los pies, y lloró en secreto bajo la cama limpiando las lágrimas del cemento con el puño cerrado. Pero si recuerda el silencio, todo el silencio que se gesta en la casa es el suficiente, el exacto porque la casa sólo necesita el sonido de los pasos de abuela.
Pero Juvenal se sentía solo en la cama, a pesar de tener a Claudia junto, estaba solo y triste imaginándose atado al árbol hacedor de llanto. Para él, ser niño y regresar a lo básico; es volver al llanto y callarse, y ahora piensa a veces que lo único que lo separa del cielo es ese techo, y le gusta mirar al tragaluz, porque sabe que arriba de él no hay más muros, y si pudiera volar, seguramente lo haría.

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